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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / El gallardo español / parte 2ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

Vanse, y salen ALIMUZEL y CEBRIÁN, su criado, que en arábigo quiere decir `lacayo o mozo de caballos'
ALIMUZEL: Átale allí, Cebrián, al tronco de aquella palma; repose el fuerte alazán mientras reposa mi alma los cuidados que le dan. Aquí a solas daré al llanto las riendas, o al pensar santo en las memorias de Arlaxa, en tanto que al campo baja aquél que se estima en tanto.
Baja la cabeza CEBRIÁN y vase
¡Venturoso tú, cristiano, que puedes a tus despojos añadir el más que humano, que es querer verte los ojos del cielo que adoro en vano! Y más que pena recibo desto que en el alma escribo con celoso desconcierto: que a mí me quieren ver muerto y a ti te quieren ver vivo. Pero yo no haré locura semejante; que, si venzo, o por fuerza o por ventura, daré a mis glorias comienzo, dándote aquí sepultura. Mas, si te hago morir, ¿cómo podré yo cumplir lo que Arlaxa me ha mandado? ¡Oh triste y dudoso estado, insufrible de sufrir! Parleras aves, que al viento esparcís quejas de amor, ¿qué haré en el mal que siento? ¿Daré la rienda al rigor, o al cortés comedimiento? Mas démosla al sueño agora; perdonadme, hermosa mora, si aplico sin tu licencia este alivio a la dolencia que en mi alma triste mora.
Échase a dormir, y sale al instante NACOR, moro, con un turbante verde
[NACOR]: Mahoma, ya que el Amor en mis dichas no consiente, muéstrame tú tu favor: mira que soy tu pariente, el infelice Nacor. Jarife soy de tu casta, y no me respeta el asta de Amor que blande en mi pecho, un blanco a sus tiros hecho, do todas sus flechas gasta. Y más, y no sé qué es esto, que, con ser enamorado, soy de tan bajo supuesto, que no hay conejo acosado más cobarde ni más presto. Desto será buen testigo el ver aquí mi enemigo dormido, y no osar tocalle, deseando de matalle por venganza y por castigo. Que esté celoso y con miedo, por Alá, que es cosa nueva. ¿Llegaré, o estarme he quedo? ¿Cortaré en segura prueba este gordïano enredo? Que si éste quito delante, podrá ser que vuelva amante el pecho de Arlaxa ingrato. Muérome porque no mato; oso y tiemblo en un instante.
[Sale] el capitán GUZMÁN, con espada y rodela
GUZMÁN: ¿Eres tú el desafiador de don Fernando, por dicha? NACOR: No tengo yo ese valor; que el corazón con desdicha es morada del temor. Aquél es que está allí echado; moro tan afortunado, que Arlaxa le manda y mira. GUZMÁN: Paréceme que suspira. NACOR: Sí hará, que está enamorado. GUZMÁN: ¡Alimuzel! ALIMUZEL: ¿Quién me llama? GUZMÁN: Mal acudirás, durmiendo, al servicio de tu dama. ALIMUZEL: En el sueño va adquiriendo fuerzas la amorosa llama, porque en él se representan visiones que me atormentan, obligaciones que guarde, miedos que me hacen cobarde y celos que más me alientan. Mirándote estoy, y veo cuán propio es de la mujer tener estraño deseo. Cosas hay en ti que ver, no que admirar. GUZMÁN: Yo lo creo; pero, ¿por qué dices eso? ALIMUZEL: Don Fernando, yo confieso que tu buen talle y buen brío llega y se aventaja al mío, pero no en muy grande exceso; y si no es por el gran nombre que entre la morisma tienes de ser en las armas hombre, ninguna cosa contienes que enamores ni que asombre; y yo no sé por qué Arlaxa tanto se angustia y trabaja por verte, y vivo, que es más. GUZMÁN: Engañado, moro, estás: tu vano discurso ataja, que yo no soy don Fernando. ALIMUZEL: Pues, ¿quién eres? GUZMÁN: Un su amigo y embajador. ALIMUZEL: Dime cuándo espera verse conmigo, porque le estoy aguardando. GUZMÁN: Has de saber, moro diestro, que el sabio general nuestro que salga no le consiente. ALIMUZEL: Pues, ¿por qué? GUZMÁN: Porque es prudente y en la guerra gran maestro. Teme el cerco que se espera, y no quiere aventurar en empresa tan ligera una espada que en cortar es entre muchas primera. Pero dice don Fernando que le estés aquí aguardando hasta el lunes, que él te jura salir en la noche escura, aunque rompa cualquier bando. Si aquesto no te contenta, y quieres probar la suerte con menos daño y afrenta, tu brazo gallardo y fuerte con éste, que es flaco, tienta, y a tu mora llevarás, si me vences, quizá más que en llevar a don Fernando. ALIMUZEL: No estoy en eso pensando; muy descaminado vas. No eres tú por quien me envía Arlaxa, y, aunque te prenda, no saldré con mi porfía. Haz que don Fernando entienda que le aguardaré ese día que pide, y si le venciere, y entonces tu gusto fuere probarme en el marcial juego, mi voluntad hará luego lo que la tuya quisiere; que ya sabes que no es dado dejar la empresa primera por la segunda al soldado. GUZMÁN: Es verdad. ALIMUZEL: Desa manera bien quedaré desculpado. GUZMÁN: Dices muy bien. ALIMUZEL: Sí, bien digo. Vuélvete, y dile a tu amigo que le espero y que no tarde. GUZMÁN: Tu Mahoma, Alí, te guarde. ALIMUZEL: Tu Cristo vaya contigo.
Vase GUZMÁN
Nacor, ¿qué es esto? ¿A qué vienes? NACOR: A ver cómo en esta empresa tan peligrosa te avienes; y por Alá que me pesa de ver que en punto la tienes, que el de tu muerte está a punto. ALIMUZEL: ¿En qué modo? NACOR: En que barrunto que, si de noche peleas, sobre ti no es mucho veas todo un ejército junto. Esto de no estar en mano de don Fernando el salir, tenlo por ligero y vano; que se suele prevenir con astucias el cristiano. De noche quieren cogerte, porque al matarte o prenderte, aun el sol no sea testigo. No creas a tu enemigo; Alí, procura volverte, que bien disculpado irás con Arlaxa, pues has hecho lo que es posible, y aun más. ALIMUZEL: Consejos de sabio pecho son, Nacor, los que me das; pero no puedo admitillos, ni menos con gusto oíllos; que tiene el Amor echados a mis oídos, candados; a los pies y alma, grillos. NACOR: Para mejor ocasión te guarda, porque es cordura prevenir a la intención del que a su salvo procura su gloria y tu perdición. Ven, que a Arlaxa daré cuenta de modo que diga y sienta que eres vencedor osado, pues si no sale el llamado, en sí se queda la afrenta. Cuanto más, que, cuando venga el cerco desta ciudad, que ya no hay quien le detenga, podrás, a tu voluntad, hacer lo que más convenga; que entonces saldrá el cristiano, si es arrogante y lozano, al campo abierto, sin duda. ALIMUZEL: Bien es, Nacor, que yo acuda a tu consejo, que es sano. Ven y vamos, pues podré, en este cerco que dices, cumplir lo que aquí falté; mas mira que me autorices con Arlaxa. NACOR: Sí haré. (Sentirá Arlaxa la mengua Aparte que tanto al cristiano amengua, haciéndole della alarde; vos quedaréis por cobarde, o mal me andará la lengua).
Vanse. Salen Don ALONSO de Córdoba, general de Orán, conde de Alcaudete, y su hermano, Don MARTÍN de Córdoba, y Don FERNANDO de Saavedra
D. ALONSO: Señor don Martín, conviene que vuesa merced acuda a Mazalquivir, que tiene necesidad de la ayuda que vuestro esfuerzo contiene; que allí acudirá primero el enemigo ligero. Mas, que venzáis no lo dudo; que el cobarde está desnudo, aunque se vista de acero. En su muchedumbre estriba aquesta mora canalla, que así se nos muestra esquiva; mas, cuando defensa halla, se humilla, prostra y derriba. Sus gustos, sus algazaras, si bien en ello reparas, son el canto del medroso; calla el león animoso entre las balas y jaras. D. MARTÍN: Por mi caudillo y mi hermano te obedezco, y haré cuanto fuere, señor, en mi mano; que ni de gritos me espanto, ni de tumulto pagano. Dame, señor, municiones, que en el trance que me pones pienso, si no faltan ellas, poner sobre las estrellas los españoles blasones.
[Sale] UNO con una petición
UNO: Señor, dame licencia que te lea aquesta petición. D. ALONSO: Lee en buen hora. UNO: Doña Isabel de Avellaneda, en nombre de todas las mujeres desta tierra, dice que llegó ayer a su noticia que, por temor del cerco que se espera, quieres que quede la cuidad vacía de gente inútil, enviando a España las mujeres, los viejos y los niños: resolución prudente, aunque medrosa. Y apelan desto a ti, de ti, diciendo que ellas se ofrecen de acudir al muro, ya con tierra o fajina, o ya con lienzos bañados en vinagre, con que limpien el sudor de los fieros combatientes que asistan al rigor de los asaltos; que tomarán la sangre a los heridos; que las más pequeñuelas harán hilas, dando la mano al lienzo y voz al cielo; con tiernas virginales rogativas, pidiendo a Dios misericordia, en tanto que los robustos brazos de sus padres defiendan sus murallas y sus vidas; que los niños darán de buena gana para enviar a España con los viejos, pues no pueden servir de cosa alguna; mas ellas, que por útiles se tienen, no irán de ningún modo, porque piensan, por Dios, y por su ley y por su patria, morir sirviendo a Dios, y en la muerte, cuando el hado les fuere inexorable, dar el último vale a sus maridos, o ya cerrar los ojos a sus padres con tristes y cristianos sentimientos. En fin, serán, señor, de más provecho que daño, por lo cual te ruegan todas que revoques, señor, lo que ordenaste, en cuanto toca a las mujeres sólo, que en ello harás a Dios servicio grande, merced a ellas y favor inmenso. Esto la petición, señor, contiene. D. ALONSO: Nunca tal me pasó por pensamiento; nunca tanto el temor se ha apoderado de mí, que hiciese prevención tan triste. Por respuesta llevad que yo agradezco y admito su gallardo ofrecimiento, y que de su valor tendrá la fama cuidado de escribirle y de grabarle en láminas de bronce, porque viva siglos eternos. Y esto les respondo, y andad con Dios. UNO: Por cierto que han mostrado de espartanas valor, de argivas brío.
[Sale] el capitán GUZMÁN
D. ALONSO: Pues, capitán Guzmán, ¿qué dice el moro? GUZMÁN: Ya se fue malcontento.
[Hablan don FERNANDO y el capitán GUZMÁN aparte]
D. FERNANDO: (¿Es ido cierto? GUZMÁN: Aguardándote está, porque es valiente y discreto además en lo que muestra). D. FERNANDO: (Saldré, sin duda). GUZMÁN: (No sé si lo aciertas, que está muy cerca el cerco). D. FERNANDO: (Si le venzo, presto me volveré; si soy vencido, poca falta haré, pues poco valgo). D. ALONSO: ¡Bravo parece el moro! GUZMÁN: Bravo, cierto, y muy enamorado y comedido.
[Sale] a esta sazón BUITRAGO, un soldado, con la espada sin vaina, oleada con un orillo, tiros de soga; finalmente, muy malparado. Trae una tablilla con demanda de las ánimas de purgatorio, y pide para ellas. Y esto de pedir para las ánimas es cuento verdadero, que yo lo vi, y la razón porque pedía se dice adelante
BUITRAGO: Denme para las ánimas, señores, pues saben que me importa. D. ALONSO: ¡Oh buen Buitrago! ¿Cuánto ha caído hoy? BUITRAGO: Hasta tres cuartos. D. MARTÍN: ¿Dellos, qué habéis comprado? BUITRAGO: Casi nada: una asadura sola y cien sardinas. D. MARTÍN: Harto habrá para hoy. BUITRAGO: ¡Por Santo Nuflo, que apenas hay para que masque un diente! D. MARTÍN: Comeréis hoy conmigo. BUITRAGO: Dese modo, habrá para almorzar en lo comprado. D. MARTÍN: ¿Y la ración? BUITRAGO: ¿Qué? ¿La ración? Ya asiste a un lado del estómago, y no ocupa cuanto una casa de ajedrez pequeña. D. FERNANDO: ¡Gran comedor! GUZMÁN: Tan grande, que le ha dado el conde esta demanda porque pueda sustentarse con ella. BUITRAGO: ¿Qué aprovecha? Que, como saben todos que no hay ánima a quien haga decir sólo un responso, si me dan medio cuarto, es por milagro; y así, pienso pedir para mi cuerpo, y no para las ánimas. D. MARTÍN: Sería gran discreción. BUITRAGO: ¡Oh, pese a mi linaje!, ¿No sabe todo el mundo que, si como por seis, que suelo pelear por siete? ¡Cuerpo de Dios conmigo! Denme ripio suficiente a la boca, y denme moros a las manos a pares y a millares: verán quién es Buitrago y si merece comer por diez, pues que pelea por veinte. D. ALONSO: Tiene razón Buitrago; mas agora, si llega el cerco, mostrará sus bríos, y haré yo que le den siete raciones con tal que cese la demanda. BUITRAGO: Cese, que entonces no habrá lengua, y habrá manos; no hay pedir, sino dar; no hay sacar almas, del purgatorio entonces, sino espiches, para meter en el infierno muchas de la mora canalla que se espera.
[Sale] un PAJECILLO [y] diga
[PAJECILLO]: ¡Daca el alma, Buitrago, daca el alma! BUITRAGO: ¡Hijo de puta, y puto; y miente, y calle! ¿No sabe el cornudillo, sea quien fuere, que, aunque tenga cien cuerpos y cien almas para dar por mi rey, no daré una si me la piden dese modo infame? D. MARTÍN: Otra vez, Cereceda. PAJECILLO: ¡Daca el alma! BUITRAGO: ¡Por vida de...! D. ALONSO: Buitrago, con paciencia: no la deis vos, por más que os la demanden. BUITRAGO: ¡Que tenga atrevimiento un pajecillo de pedirme a mí el alma! ¡Voto a Cristo, que, a no estar aquí el conde, don hediondo, que os sacara la vuestra a puntillazos, aunque me lo impidiera el mismo diablo por prenda suya! D. ALONSO: No haya más, Buitrago; guardad vuestra alma, y dadnos vuestras manos, que serán menester, yo os lo prometo. BUITRAGO: Denme para las ánimas agora, que todo se andará. D. MARTÍN: Tomad. BUITAGO: ¡Oh invicto don Martín, generoso! Por mi diestra, que he de ser tu soldado, si, por dicha, vas a Mazalquivir, como se ha dicho. D. MARTÍN: Seréis mi camarada y compañero. BUITRAGO: ¡Vive Dios, que eres bravo caballero!